La relación más temprana: bebé-madre

Gran parte del desarrollo depende de los factores constitucionales con los que viene el bebé, (de serie para entendernos). Pero otra parte fundamental se refiere a los factores de relación que establece con las personas de su entorno.

Como todos sabemos, la primera relación de un bebé la establece con su madre. Pero esta relación se gesta mucho antes de lo que imaginamos. Antes del embarazo incluso. Las fantasías de esa mujer con respecto a la maternidad ya se establecen en su niñez con su propia madre en la que vive los cuidados y cariños de ésta. Ahí  se establece un estilo de cuidados que, evidentemente, es susceptible al cambio si la futura madre es consciente de ello y desea hacerlo.

En el momento del embarazo, todas esas fantasías empiezan a materializarse y a depositarse en un futuro próximo. Es un momento muy especial en el que la madre va a tener que crear un espacio mental para su hijo, imaginarse a ella como madre e imaginar cómo será su bebé. Esto se puede aplicar también al padre que a medida que ve cómo su hijo crece en la barriga se hace más consciente de lo que se avecina y por lo tanto se prepara para la paternidad.

El nacimiento del bebé supone el punto de encuentro entre las fantasías de los padres y su bebé real. Es muy común que en este momento los progenitores y sobre todo la madre (por las hormonas que bailan en su cuerpo) tengan sentimientos ambivalentes que podrán ser aceptados, superados y vividos con tranquilidad a través de la experiencia emocional con sus hijos. Se ha visto en la experiencia clínica, que este momento es muy frágil y que en los casos en los que el bebé real no coincide “más o menos” con el bebé de la fantasía como puede ocurrir cuando viene con problemas (prematuridad, síndromes…) algunos padres suelen necesitar apoyo profesional para ajustar esas expectativas a la realidad porque inconscientemente rechazan a sus hijos y, además, esto les produce sentimientos de culpa.

Volviendo al parto sin complicaciones, el momento del  nacimiento supone dos cambios psicológicos importantes para la madre: la primera separación y el primer reencuentro. En el momento en que la madre sostiene a su bebé en brazos, se hace consciente de que ya no forma parte de ella, ya no está dentro de ella. Es natural que un miedo invada a la madre por la enorme responsabilidad que supone ahora cuidar de él. Y no podemos obviar el enorme cambio que también supone para el bebé cambiar un lugar cálido, oscuro y protegido por uno ruidoso, peligroso y frío. Aunque nos parezca extraño, lo viven con mucha ansiedad (de hecho algunos autores hablan del “trauma del nacimiento”). Esta primera separación también pude mirarse como un primer reencuentro en el que el niño inicia una vida “independiente” y tiene que esforzarse por mostrar sus necesidades para que las satisfagan con urgencia y así se tiene que relacionar con su mamá.

Según como sea el bebé, será necesario que la madre sea más paciente y tolerante. Por ejemplo, un bebé difícil llora y llora de forma que es difícil consolar. Si la madre se empieza a sentir ansiosa (como sería natural) pero es capaz de controlarse e intenta mantenerse calmada para sostener a su bebé en brazos y cantarle, el bebé aprende e interioriza una imagen de consuelo, de comprensión de su ansiedad. Si por el contrario, esta reacción de llanto descontrolado del bebé termina por desbordar a la madre que no es capaz de calmarle, el bebé aprenderá que las emociones negativas son omnipotentes, destructivas, temibles y se sentirá abrumado y desamparado a la vez que aumenta su ansiedad. Evidentemente este aprendizaje no se da con una sola experiencia, pero si el patrón de interacción es este, de ansiedad desbordada, creará una huella en la psique del bebé que dificultaré su autorregulación posterior (estrategias para calmarse a sí mismo, saber hablar cuando se sienta angustiado o enfadado, pedir ayuda cuando sea un poco más mayor, etc).

Pero el bebé no sólo nos comunica los estados negativos. Un bebé también sonríe, balbucea, grita y se mueve de forma que reconforta a los de alrededor y especialmente a la madre. Ésta responde también de forma cálida y afectuosa lo que hace que el bebé cree en su psiquismo figuras de confianza, gratificación y amor. Esa será su manera posterior de relacionarse con el mundo. Confiando, dando y recibiendo amor.

A través de este complejo mecanismo que se va dando día tras día en la familia se va creando la personalidad del niño y configurando la relación con su madre (y padre). Es necesario que predominen las experiencias positivas sobre las hostiles para que el bebé pueda crecer de forma sana. Si una vez una madre no puede atender a su bebé no pasa nada siempre y cuando no sea un hábito en su forma de relación.

El padre tiene una función muy importante. Aunque durante el embarazo y el parto se haya quedado en un segundo plano, ha sido el soporte de la madre. Es bastante común ver parejas en las que, cuando llega el primer hijo, la madre no permite a nadie cuidar al niño, ni siquiera al padre de la criatura. Hasta cierto punto es natural este instinto animal de protección absoluta de una madre hacia su hijo pero la función del padre es “romper” este vínculo tan intenso (no en los primeros meses en los que la dependencia del bebé al pecho de la madre es absoluta) que si se mantiene en el tiempo puede ser patológico. En estos casos el padre debe ser sólido y firme para hacer ver a la madre que juntos deben fomentar la autonomía del bebé. Aquí puedes leer más sobre ello.

Os dejo con esta gozada de vídeo que casualmente cayó el otro día en mis manos…